jueves, marzo 23, 2006

Pecado y Ley según san Pablo - Criterios pastorales



CRITERIOS PASTORALES ACTUALES SOBRE
EL PECADO Y LA LEY DESDE LA PERSPECTIVA PAULINA
INTRODUCCIÓN
Este artículo pretende hacer una crítica sobre la pastoral de la reconciliación y plantear algunos puntos de reflexión sobre la forma como se debe enseñar hoy a la gente a entender el pecado y la ley desde la perspectiva paulina. Una predicación actual debe buscar contraponer la antigua economía de la ley a la nueva economía de la gracia. Por lo tanto, vamos a hacer nuestro análisis y crítica a partir de los siguientes binomios o contrastes: castigo – misericordia, ley – gracia, hombre carnal – hombre espiritual, muerte – vida, angustia – felicidad.

1. ¿CASTIGO O MISERICORDIA?

Estamos en una época donde la Iglesia se ha visto envuelta en una gran red de desafíos que le obligan a replantear las formas actuales de pastoral y evangelización en muchos campos que le competen a la misma, uno de estos campos es el mismo hecho de predicar acerca de la misericordia y no el castigo; dos premisas que se contraponen, pero que son de gran importancia en el momento de elaborar una catequesis sobre la bondad y el mismo perdón que Dios da al hombre que sufre a causa del pecado.

Nos encontramos en muchas ocasiones con sacerdotes que no son capaces de orientar a la gente cuando sienten algún complejo de culpa, a causa de un pecado grave o en muchas ocasiones leve; se les olvida o no saben cómo mostrar la misericordia de Dios para quienes se arrepienten y vuelven al Padre (Cf. Lc 15,11-32); en muchos casos olvidan lo más importante de la ley: "La justicia, la Misericordia y la fe" (Cf. Mt 23,23). En consecuencia, le presentan a la gente un Dios castigador y cruel que condena a quien ha obrado mal y se ha alejado de él.

Nuestra evangelización hoy no puede reducirse a sobreponer el pecado o la ley sobre la misericordia manifestada por la Palabra de Dios. Sabemos bien que los dos son realidades que estarán siempre en el ser y hacer del hombre, siempre estarán ahí. No obstante, no podemos olvidar que hay una libertad del hombre, pero esto no le exime de la responsabilidad frente a cada uno de sus actos. También se ha reducido en muchos campos el mismo sacramento de la confesión en una especie de juicio donde el sacerdote da una sentencia y castiga al que ha cometido algún pecado, omitiendo la presentación de Dios, como misericordioso y justo.

Mirando nuestra realidad, debemos darnos cuenta de la necesidad de mostrarle a la comunidad de fieles un Dios sumamente misericordioso y totalmente colmado de justicia (Cf. Rm 3,1), es necesario en nuestra pastoral, en nuestras homilías, acabar con todo aquello que suene a castigo o condena; ya que a causa de esto mucha gente se ha alejado más de Dios. La misericordia debe ir por encima de todo castigo, porque el mismo Apóstol nos dice: "Si por el pecado de uno murieron todos, ¡Cuánto más por la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de un hombre, Jesucristo, se ha desbordado sobre todos su gracia!" (Cf. Rm 9,14-16). Dios es misericordioso; ya no hay condenación, sino justificación, ya que la misericordia de Dios manifestada en Jesús ha sido superior a cualquier pecado.

Estamos en una época donde el pueblo de Dios esta cansado de tantos odios, tantas condenas; el hombre está necesitado de agentes que les comprendan y les den ánimo; que les enseñen a ser verdaderos imitadores de Dios, como hijos queridos, viviendo en el amor como Cristo los ama y se entrega aún hoy como victima y oblación (Cf. Ef 5,1-2) en la Eucaristía. Desde aquí se debe comprender toda pastoral, cuando se trabajen aspectos tan importantes como lo son el pecado y la ley.
2. ¿LEY O GRACIA?

“De manera que la ley fue nuestro pedagogo hasta Cristo, para ser justificados por la fe. Mas, una vez llegada la fe, ya no estamos bajo el pedagogo” (Ga 3, 24-25).

Encontramos en esta expresión de san Pablo la función de la ley: servir como camino para llegar a Cristo. Si analizamos hoy esta realidad nos damos cuenta que ha sido otra cosa la que se nos ha infundido, quizás por una mala interpretación del texto o por una retrógrada herencia medieval que busca crear en los fieles la conciencia de que por encima de todo esta la ley. De ser así, la ley pasaría de ser un medio y se convertiría en un fin. Con esto no pretendemos abolirla porque sería inverosímil, sino que buscamos concretizarla un poco y darnos cuenta en dónde esta el error.

Es verdad que el hombre siempre se ha movido y se moverá entre la ley, ya sea divina, natural, política, religiosa etc. Esto porque necesita regir su comportamiento y su vida para no caer en un desbocado desenfreno de libertinaje. El error está en que aún no hemos abierto el panorama y, siendo cristianos, actuamos muchas veces como perfectos judíos, ya que solo nos interesa la “ley por la ley”. Así pues, hemos reducido todo a una escala de pecados enmarcados por el decálogo, los siete sacramentos, los cinco mandamientos de la madre Iglesia, etc, cuya motivación es realizar una buena confesión, precedida por los cinco tradicionales pasos, y cumplir con la penitencia; que en la mayoría de las veces se reduce a padrenuestros, avemarías, glorias y si acaso la celebración de la Eucaristía.

¿Por qué no cambiamos esta concepción metodista de concebirlo todo como pecado, tan solo porque está en contra de unos esquemas fundamentados desde antaño y realizamos más bien, un trabajo personalizado buscando el punto de partida de la acción y la finalidad que se busca? ¿Por qué no conscientizamos a las personas de que el pecado antes de transgredir la ley atenta contra nuestra dignidad de personas y de hijos de Dios? ¿Qué bien trae a la persona el pecado cometido?

Antes de colocar todos los pecados en una serie de rompecabezas que encaja muy bien en el panorama ya presentado, debemos motivar a las personas a descubrir el valor que hay detrás de toda esa amalgama de preceptos y de normas, sabiendo ante todo que son importantes y necesarias para un mejor vivir, pero que no son la finalidad que buscamos. Es precisamente a esto que apunta san Pablo cuando dice: “¿Por la fe privamos a la ley de su valor? ¡De ningún modo! Más bien la consolidamos” (Rm 3,31).

Cuando se descubre el valor de la ley, ésta ya no se necesita porque ha cumplido su labor de “pedagogo” y ha penetrado en el interior de la persona hasta el punto que ya hace parte de su obrar; ahí ha alcanzado la ley su plenitud porque ya no está sólo en el papel, sino dentro de sí mismo. A partir de este momento la trasgresión de la misma no va a crear un sentimiento de culpa sin sentido en el individuo, sino que va a confrontarlo hasta el punto de darse cuenta que se ha convertido en un vil esclavo de sí mismo y ha perdido la libertad que posee desde el mismo momento de la creación, y que lo hace diferente a todo lo demás.

“Porque el pecado no tendrá dominio sobre vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Rm 6,14).

Nos encontramos ahora con otro apasionante tema: la gracia, que al igual que la ley se ha tergiversado su interpretación y presentación pasando, lamentablemente, a un segundo plano en el proceso de salvación.

Si preguntamos a nuestros files ¿Qué es para usted la gracia? Seguramente nos vamos a encontrar con respuestas como: “es algo misterioso que tenemos dentro de nosotros, que nos impulsa a obrar bien”, “es el boleto de entrada que necesitamos para llegar al cielo”, “es algo que el padre le unta a uno el día del bautismo” y muchas más; y nosotros somos los responsables de esto ya que hemos presentado la gracia de Dios como un “kit” o “paquete” que se adquiere el día del bautismo y que sirve para momentos de dificultad, para hacer las cosas bien o simplemente para que Dios no se enoje con nosotros y no pasar por las puertas del purgatorio y el infierno el día de la muerte. Aquí está precisamente el error, porque la gracia se antepone a la ley y es quizás, el espíritu de la ley.

La gracia, recibida por el bautismo, es algo más que un “testigo” que llevamos en el equipaje de la vida y sin el cual no nos permiten pasar a una nueva etapa. La gracia es ante todo la fuerza de Dios, el poder de Dios; más aun, es Dios mismo que habita en nosotros y sin cuya fuerza no podemos trascender la ley. El hombre por sus propias fuerzas no puede realizar muchas cosas sino que ineludiblemente necesita de Dios. Pero el poder de autosuficiencia que experimenta no le permite hoy reconocer esta necesidad.

La fe se ha reducido a un “milagrerismo” exagerado que busca solamente la felicidad del hombre y la manipulación, a su manera, de la voluntad de Dios. Este es el reto pastoral hoy: buscar que las personas cambien esta forma de pensar y más bien se dejen conducir por la verdadera gracia de Dios. De este modo se puede adquirir la auténtica libertad interior, propia de los hijos de Dios, los bautizados. Hoy la gracia debe ser presentada como la presencia de Dios que cohabita en nosotros siempre y en todo momento, que nos impulsa a obrar el bien por encima de todo y que busca la felicidad del individuo a través de la plena relación con Dios. Relación que se da a través del prójimo, de su Palabra y de los sacramentos.

3. ¿ HOMBRE CARNAL U HOMBRE ESPIRITUAL?

En los púlpitos sea venido predicando un dualismo antropológico, entre cuerpo y alma, dándole una mayor importancia al alma y rechazando el cuerpo como el causante de la pérdida del alma. De esta manera hemos dividido al hombre, destruyendo en él la unidad de la persona como imagen del Dios uno y trino.

De esta manera se a creado una falsa moral con respecto al pecado, y la responsabilidad que el individuo tiene con relación a sí mismo y a sus semejantes. Se ha venido manejando una concepción, y concientización, del pecado un poco aislado de la realidad social que vive el hombre en su contexto; muchos de nuestros fieles piensan que el pecado es sólo una ofensa hacia Dios y por tal motivo merecemos un castigo, sin imaginarse la consecuencia que este conlleva a la sociedad; y esta figura de un Dios castigador es la que ha infundido en muchos cristianos un temor (miedo) hacia Dios que impide una auténtica manifestación de amor verdadero hacia el creador.

Se debe predicar hoy la unidad del hombre, como lo concibe la Sagrada escritura. La mentalidad hebrea bíblica tiende a considerar las realidades como un conjunto globalmente unitario, como un todo universal único, simple y no descomponible. Si el hombre-carne puede esperar el gozo de una vida futura (vida bienaventurada), no es en virtud de un principio inmortal presente en el yo (puesto que el ser humano es totalmente carne mortal), sino por don de Dios misericordioso: porque permanece en contacto con el Omnipotente, porque ha podido inaugurar una intimidad de amistad con un Dios inmensamente bueno, que es fuente de vida.

Precisamente porque es carne, el hombre conoce la caída espiritual, se pierde en el pecado, se disipa en la miseria espiritual. El hombre carnal, según san Pablo, es el hombre pecador, dispuesto a dispersarse en mezquindades espirituales (Cf. Gá 5,19-21; 1 Co 3,1-4). Pablo pregunta a los de Corinto: "¿No sois aún carnales y vivís a lo humano?" (1 Co 3,3).

El hombre es alma. El término alma designa no una entidad espiritual, sino un modo caracterizador de todo el yo: indica el ser humano en cuanto vivo, en cuanto que participa del principio de la vida. Se encuentra en una situación dialéctica; puede caracterizar a un ser vivo agredido por la muerte eterna o abierto a una vida imperecedera (cf Mc 8,34-37)

El hombre es espíritu: según la mentalidad semítica, el término espíritu no es tanto una perfección existente en Dios cuanto una cualificación perfectiva en relación con el hombre. Por eso, si el hombre tiene vida y bondad moral es porque se lo ha comunicado el Espíritu de Dios (Job 34,14-15; 1 Sm 10,6; Sal 51,12s). El espíritu en el hombre es vida dada por Dios y orientada a él; es existencia originada por Yahvé y vivida según su voluntad; es fuerza que se apodera de todo el hombre y lo dirige a su Señor; es inspiración que hace a los hombres profetas según el plan divino (1 Sm 16,13; Is 6,1s; Jr 1,4s; Jl 3,1-2). De esta forma el Espíritu es la potencia de Dios que actúa sobre el hombre: "Sobre él [el Mesías] se posará el Espíritu de Yahvé" (Is 11,2).
4. ¿MUERTE O VIDA - ANGUSTIA O FELICIDAD?

Tradicionalmente se le ha predicado a la gente en los púlpitos y se le ha dicho en los confesionarios que el pecado es una trasgresión de la ley, que nos conduce hacia la muerte eterna, al infierno, a las llamas que no se extinguen. Por lo tanto, debemos cumplir la ley para evitar el castigo. Esa es la economía del Antiguo Testamento, que lleva al hombre a obedecer a Dios por temor, y no por amor. Como consecuencia, la gente vive en una constante zozobra, angustiada porque ha cometido un pecado, porque ha caído en un acto que va contra los mandamientos.

Pero lo que nos enseña san Pablo es algo muy diferente: él, como ningún otro, nos muestra la economía del Nuevo Testamento: “La ley mata, el Espíritu da vida” (2Co 3,6). Eso es lo que debemos predicar en nuestros templos. La gente de por sí vive angustiada por tantas desgracias que suceden en el mundo. Debemos mostrarle el camino que conduce a la felicidad, que no consiste en cumplir una lista de preceptos, sino en amar a Dios en todo y en todos. Hay que hacerle ver a la gente que el pecado es el alejamiento voluntario de Dios y sus obras buenas. Matar no es pecado porque lo prohíbe el quinto mandamiento, sino porque atenta contra la vida, que es obra de Dios, porque destruye su creación y vulnera la dignidad humana.

Hay que hacerle ver a la gente que los actos aislados no son lo que interesa a Dios. Todos cometemos actos que nos hacen menos dignos del amor de Dios, pero él no se fija tanto en eso como en el interior de nuestro ser, en nuestro corazón, en nuestras actitudes profundas, en las inclinaciones más íntimas de nuestra persona. Todos somos seres de carne y hueso, con debilidades, todos experimentamos ese combate interior que vivió san Pablo: “No hago lo que quiero, y lo que quiero hacer no lo hago” (Rm 7,14-18). Vivimos en una continua contradicción, queriendo vivir para siempre, pero atendiendo a las inclinaciones de la carne, que nos llevan a la muerte. Pero cuando Dios nos llame a su presencia es seguro que él no espera encontrarnos victoriosos en este combate, porque la lucha es hasta la muerte, sino que espera encontrarnos en pie, luchando, sin darnos por vencidos.

No es tiempo de asustar a la gente con las llamas del infierno, sino de darle esperanza de una vida en la presencia de Dios. Esto no significa negar el infierno o la muerte, sino darle su verdadera dimensión, como frustración y consecuencia lógica de una opción completamente personal y definitiva de vivir sin Dios. Pero dejando claro que lo que Dios quiere es que nos realicemos plenamente, y que este camino de realización se construye cada día, haciendo bien lo que tenemos que hacer, en el estudio, en el trabajo, en la familia, etc. Debemos mostrarle a la gente que el sufrimiento que experimenta en su vida es una realidad que forma parte de la existencia humana, pero que, asociado a la pasión de Cristo, tiene sentido y un alcance redentor. Nuestra dignidad es tan alta que incluso podemos llegar a gloriarnos “en el Señor” como san Pablo (1Co 1,31), que llegó a sentir satisfacción de padecer en su cuerpo los dolores de Cristo, luchando contra el pecado en sí mismo.

En fin, a la gente hay que enseñarle que está llamada a una realización plena, a una felicidad infinita, a una vida eterna, pero para ello hay que construir su propia existencia, de la mano de Dios, aquí en la tierra, en medio de dificultades y sufrimientos.

lunes, marzo 13, 2006

Breve curso de Biblia - Lección 3

LECCIÓN 3: ESTRUCTURA DE LA BIBLIA
ANTIGUO TESTAMENTO


1. Pentateuco

Del griego penta = “cinco” y teuco = “rollo”, este nombre significa “5 rollos” y corresponde al conjunto de los primeros cinco libros de la Biblia, que contienen la historia del pueblo de Israel desde su nacimiento hasta la llegada a la tierra prometida, pasando por el monte Sinaí, donde Moisés, en nombre de Dios le dio la Ley al pueblo de Israel: Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio.

2. Libros históricos

Son los 16 libros que contienen la historia de Israel desde la entrada del pueblo en la tierra prometida, dirigido por Josué, el sucesor de Moisés, hasta la época previa a la venida de Jesucristo: Josué, Jueces, Rut, 1 y 2 de Samuel, 1 y 2 de Reyes, 1 y 2 de Crónicas, Esdras, Nehemías, Tobías, Judith, Esther, 1 y 2 Macabeos.

3. Libros poéticos y sapienciales

Los libros poéticos o líricos contienen los himnos, cantos y poemas con los que el pueblo daba alabanza a Yahvé, le pedía perdón por los pecados, le rogaba su favor, etc. Los libros poéticos son tres: Salmos, Cantar de los Cantares y Lamentaciones.

Los libros sapienciales contienen sabiduría popular para la vida. Cumpliendo estas enseñanzas, el pueblo permanecía grato a los ojos de Dios. Los libros sapienciales son cinco: Job, Proverbios, Eclesiastés, Sabiduría, Eclesiástico.

4. Libros proféticos

Es un conjunto de 17 libros que contienen las palabras que los profetas dirigían a los gobernantes y al pueblo en los diferentes momentos de su historia, en nombre de Dios, para corregirlo, amonestarlo, animarlo, advertirlo, etc. Son cuatro profetas mayores: Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel; y 13 profetas menores: Baruc, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías.
NUEVO TESTAMENTO


5. Evangelios y Hechos de los Apóstoles

Los evangelios narran la vida, hechos, palabras, parábolas, milagros, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, según el punto de vista y contexto particular de cada uno de los evangelistas. Los tres primeros se llaman sinópticos porque son muy parecidos: Mateo, Marcos y Lucas; el último es el de Juan, y es muy diferente de los otros tres.

El libro de los Hechos de los Apóstoles narra lo que sucedió tras la muerte de Jesús, la vida misionera de los apóstoles y el nacimiento de la Iglesia primitiva.

6. Corpus paulino

Es el conjunto de las 13 cartas escritas por San Pablo, en las que evangeliza a distancia a las primeras comunidades cristianas, algunas de las cuales fueron fundadas por él durante sus viajes misioneros: Romanos, 1 y 2 Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1 y 2 Tesalonicenses, 1 y 2 Timoteo, Tito y Filemón. Algunos incluyen aquí la carta a los Hebreos, aunque se sabe que no la escribió Pablo.

7. Cartas católicas

Las cartas católicas se llaman así porque fueron escritas por los apóstoles para todos los creyentes (universal = católico). Por medio de ellas enseñan la doctrina cristiana a los que se convierten del judaísmo o del paganismo a la religión cristiana. Son siete en total: Santiago; 1 y 2 Pedro; 1, 2 y 3 Juan; y Judas.

8. Apocalipsis

El libro del Apocalipsis contiene profecías llenas de esperanza para animar a los cristianos a resistir durante las dificultades y a esperar la manifestación gloriosa del Señor. Utiliza un lenguaje simbólico difícil de comprender, que produce temor y confusión en quienes lo leen sin entender que fue escrito de manera que los enemigos de los cristianos de la época no comprendieran su contenido, puesto que la Iglesia estaba siendo perseguida.
PARA PROFUNDIZAR:
¿Qué significa la palabra Testamento en el contexto bíblico?
Bibliografía:
BAGOT, J.P. y DUBS J.Cl. “Para leer la Biblia”. Ed. Verbo Divino. Pamplona, 1996.

jueves, marzo 09, 2006

Iglesia y Política en torno a la vida


Al término de la asamblea general de la Conferencia Episcopal de Colombia, llevada a cabo el pasado mes de febrero, se produjo un pronunciamiento oficial en el que se insta a los fieles católicos a votar en las elecciones legislativas de marzo por aquellos candidatos que defienden la vida y los valores cristianos. Esto, por supuesto, no es nada novedoso, como tampoco lo fue la reacción de algunos sectores políticos de la nación, especialmente los más liberales, que interpretaron este pronunciamiento como una intervención indebida en política por parte de la Iglesia.

Lo más notable fue el cruce de cartas entre el expresidente Alfonso López y el secretario de la Conferencia Episcopal, monseñor Fabio Marulanda. El primero interpretó erradamente las afirmaciones que hicieron algunos obispos en particular como si fueran las del órgano eclesiástico y, por lo tanto, la posición oficial de la Iglesia; el segundo, con un tono diplomático, le hizo ver que no era así, pero dio a entender que la Iglesia no respaldaba oficialmente tales declaraciones, lo cual no tiene razón de ser, pues lo que afirmaron tales obispos es simplemente lo que la Iglesia ha sostenido siempre: no al aborto, la eutanasia y demás prácticas contra la vida. Sólo que en esta ocasión exhortaron explícitamente a los católicos a abstenerse de votar por aquellos candidatos que públicamente defienden tales prácticas.

Es incomprensible cómo las diversas fuerzas vivas de la sociedad utilizan todos los medios que tienen a su alcance, especialmente los medios de comunicación social, para propagar sus ideologías y “valores”, pero se escandalizan cuando la Iglesia, que tiene tanto o más derecho, utiliza los medios que le son propios (los púlpitos) para fomentar los valores del evangelio que le han sido encomendados por el propio Jesucristo. Los mismos políticos de “avanzada”, que se llaman liberales, es decir, defensores de las libertades individuales, pretenden negarle a la Iglesia los derechos, que le son naturales (y sobrenaturales), de guiar la conciencia de los fieles católicos a la luz de la voluntad divina. Con sus actitudes niegan de hecho el carácter pluralista de nuestra sociedad, consagrado en la constitución política que ellos mismos ayudaron a redactar.

Antiguamente se escuchaba decir: “Roma locuta, causa finita”; ahora pareciera que la máxima a imponerse debe ser: “Mundus locuta, silete omnes”, que es menos poético pero más verdadero; y la primera que debe callar es la Iglesia, con el pretexto de que cualquier intervención en la vida pública constituye una intromisión en política. Pero lo cierto es que la política forma parte ineludible de la vida humana en sociedad, y de alguna manera todo lo que exprese la Iglesia para orientar la vivencia cristiana tendrá implicaciones políticas. Ahora, si la cuestión es evitar la militancia partidista, en eso estamos de acuerdo, y la Iglesia lo tiene claro; por eso nunca debe decirle a los fieles por quién votar con nombre propio, pero tiene el derecho y aun el deber de iluminar a sus hijos con criterios de discernimiento político ajustados a los valores del evangelio.

Y lo que vale para la Iglesia católica en este sentido, vale para todas las tendencias religiosas en relación con sus comunidades de fe. La religión siempre comporta consecuencias morales; y la moralidad no está ausente de la política, o por lo menos no debe estarlo. Precisamente ese divorcio es lo que ha conducido a nuestro país a los desbordados niveles de corrupción que hoy lo ubican en los primeros lugares del escenario orbital.

En suma, desde este rincón no pretendo hacer una apología de los valores cristianos, porque en el fondo de toda conciencia ellos están ya presentes por la luz natural de la razón, por lo menos en germen; tampoco intento hacer una apología de la Iglesia, porque ya pasó la época de los maximalismos religiosos y, además, yo no sería la persona más idónea para emprender esa tarea; solo quiero hacer ver la contradicción en que incurren quienes defienden la libertad de conciencia y de expresión para sí, pero la niegan para los demás, especialmente para la Iglesia; es decir, sólo quiero defender el más puro liberalismo.

En este orden de ideas, fieles cristianos católicos, ¡voten ahora y siempre por quien quieran!, pero háganlo en conciencia, fieles a su profesión de fe y a los valores que se derivan de ella.

miércoles, marzo 08, 2006

Breve curso de Biblia - Lección 2

LECCIÓN 2: CANONICIDAD DE LA BIBLIA
1. Canon

Lista o catálogo de los libros que son considerados sagrados, es decir, inspirados por Dios. Los libros que pertenecen a un canon se llaman canónicos.

2. Canon hebreo

A finales del siglo I d.C., después de la destrucción de Jerusalén y la desaparición del estado judío, los líderes religiosos se ocuparon de definir el canon de la biblia hebrea, para lo cual solo incluyeron los libros que estaban escritos en hebreo y que no tenían duda de ser inspirados por Dios, pues, según ellos, el hebreo era la lengua de Yahvé. Este canon está compuesto por 37 libros del AT. Estos libros se llaman protocanónicos (primer canon).

3. Canon griego

Es el conjunto de libros que componen una versión de la Biblia traducida al griego hacia el siglo II a.C. en Alejandría por un grupo de sabios, conocidos como los LXX (70 sabios judíos), con el fin de llevar las Escrituras a los judíos de la dispersión (los que estaban fuera de Palestina en el mundo griego). Incluye algunos libros, nueve en total, que no están en el canon hebreo y que posiblemente fueron escritos originalmente en griego, conocidos como deuterocanónicos (segundo canon).

4. Canon católico

Incluye los libros del canon griego, más todos los libros del Nuevo Testamento. Esto se debe a que la Iglesia católica acogió el canon de Alejandría, utilizado por los cristianos que estaban en contacto con el mundo griego. Está compuesto por los libros protocanónicos (37) más los deuterocanónicos (9), más el Nuevo Testamento (27), para un total de 73 libros.

5. Canon protestante

Solamente incluye los libros protocanónicos, más los del Nuevo Testamento, debido a que las iglesias protestantes se acogieron al canon hebreo, seguido por los cristianos primitivos que permanecieron en contacto con la iglesia de Antioquia, cerca de Palestina. Compuesto por 64 libros.

6. Libros apócrifos

Son aquellos de los que se duda que sean sagrados y por eso no se incluyeron en los respectivos cánones.
Bibliografía:

BAGOT, J.P. y DUBS J.Cl. “Para leer la Biblia”. Ed. Verbo Divino. Pamplona, 1996.

domingo, marzo 05, 2006

¿Fundó Jesús la Iglesia?


JESÚS, EL REINO Y LA IGLESIA

La posición de la Iglesia sobre este tema la encontramos claramente expresada en el capítulo 1 de la Constitución Dogmática Lumen Gentium, el cual trata sobre el misterio de la Iglesia. En resumen, sostiene el magisterio que es la voluntad del Padre que todos los hombres alcancen la salvación (LG 2); para ello envió a su Hijo al mundo, el cual “inauguró en la tierra el reino de los cielos” (LG 3). Este mismo numeral identifica a la Iglesia con el reino de Cristo, en tanto que es el Espíritu Santo el que la vivifica para que continúe su obra evangelizadora en el mundo (LG 4). La Iglesia afirma categóricamente que Cristo es el fundador de la Iglesia, en cuanto que él vino a anunciar el Reino, y la Iglesia “constituye en la tierra el germen y principio de este Reino” (LG 5b). Ahora bien, el Concilio reconoce a la Iglesia como el cuerpo místico de Cristo y afirma que ésta es la única Iglesia de Cristo, ..., una, santa, católica y apostólica” (LG 8b). Por último, sostiene que “Esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, ..., aunque puedan encontrarse fuera de ella muchos elementos de santificación y de verdad” (LG 8c).

Teniendo en cuenta esto y apoyándonos además en los planteamientos de la Comisión Teológica Internacional, podemos decir que la Iglesia considera que Jesús vino al mundo para instaurar el Reino de Dios en orden a la salvación de los hombres, dominados por el pecado; que para hacerlo, se rodeo de gente a la que le anunció el evangelio y la preparó para continuar su anuncio; que a partir de la experiencia pascual y pentecostal, esta gente, guiada por el Espíritu Santo, se organizó y constituyó la Iglesia para el anuncio del Reino, que desde entonces es el mismo Cristo. Por lo tanto, Cristo quiso fundar la Iglesia en cuanto germen del Reino de Dios.

Por otra parte, hay quienes sostienen posiciones diversas sobre este tema. Podemos identificar tres tipos de posturas: clásica (los que sostienen que hay continuidad entre Cristo y la Iglesia), rupturista (los que afirman que hay discontinuidad entre Cristo y la Iglesia) y dialéctica (los que se inclinan por un diálogo entre las dos posiciones anteriores). Víctor Codina, por ejemplo, en su visión liberacionista, sostiene que Jesús ante todo vino a liberar al hombre de todo tipo de opresión; por lo tanto, la Iglesia es el lugar privilegiado de los pobres y Jesús es el fundamento (no el fundador) de la Iglesia. Carlos Ignacio González sostiene que antes que una institución con un origen concreto en Jesús, la Iglesia es una experiencia carismática que se autodescubre desde el conjunto de su actividad y enseñanza en el Nuevo Testamento. Por su parte, Alberto Parra establece una diferencia clara entre el Reino y la Iglesia, cuando habla de “lo absoluto del Reino y lo relativo de la Iglesia”. Con ello deja entrever que el Reino de Dios es una realidad más abarcante, pero aun así afirma que Cristo es fundador de la Iglesia en cuanto origen, quicio y fundamento histórico y no figurativo de la misma.

Yo pienso que Jesús, humanamente hablando, no intuyó las formas institucionales que ulteriormente habría de adoptar la Iglesia, pero sí quiso y estableció históricamente una estructura fundamental (los Doce, con Pedro a la cabeza) sobre la base de una experiencia carismática concreta en orden a establecer el reino de Dios en la tierra: justicia social, paz, amor, fraternidad. La iglesia que el fundó, es decir, las personas de las que se rodeó, no eran una estructura estática y anquilosada, sino una experiencia kerigmática y carismática, dinámica y en crecimiento, que se fue autodescubriendo y adaptando a las exigencias de los tiempos, guiada por el Espíritu Santo, hasta llegar a lo que hoy conocemos. Por lo tanto, Cristo sí quiso fundar la Iglesia, en el sentido fundacional que ya queda claro.

viernes, marzo 03, 2006

Breve curso de Biblia - Lección 1


LECCIÓN 1: Conceptos preliminares

1. Definición

La Biblia es el conjunto de los libros sagrados, inspirados por Dios y escritos por los hombres, que contiene la Palabra de Dios.

2. Lo que no es la Biblia

No es un libro de ciencias naturales. Por lo tanto, no se deben buscar en ella datos científicos exactos, pues el objetivo del autor sagrado no es dar una verdad científica, sino de fe.

No es un libro de historia. Por lo tanto, no se debe esperar encontrar en ella datos históricos exactos, a pesar de que tiene muchos, pues el objetivo del autor sagrado no es hacer historia sino narrar una experiencia de fe.

No es un curso de religión o moral. Por lo tanto, no debe ser entendida al pie de la letra, pues contiene pasajes y expresiones que parecerían contrarios a la religión (ej: Dios aparece muchas veces como castigador y colérico). Hay que descubrir el mensaje salvífico detrás del texto.

3. Lo que sí es la Biblia

Un libro que expresa la experiencia de fe de un pueblo, la cual no es ajena a nosotros, sino que se actualiza cada día y puede ser cotejada con nuestra propia experiencia.

Una interpretación de la historia. La Biblia fue escrita mucho después de que sucedieron los hechos; por lo tanto, narra la forma como los hombres interpretaron su pasado y cómo descubrieron la acción de Dios en él. Nosotros debemos hacer lo mismo.

Una historia de amor entre Dios y los hombres. Dios viene al rescate de la humanidad, agobiada por el pecado y para ello manda a su Hijo para redimirnos. La Biblia es la expresión escrita de esta historia de amor.

La Biblia nos invita a reconocer la acción de Dios en nuestra vida. Cada vez que leemos un pasaje, Dios mismo nos habla y nos invita a descubrirlo.

4. División general

Antiguo Testamento: son todos los libros que relatan la antigua alianza entre Dios (Yahvé) y su pueblo, Israel, por medio de Moisés y la Ley dada en el monte Sinaí, en la espera gozosa del Mesías (Jesucristo).

Nuevo Testamento: son todos los libros que narran la alianza nueva y definitiva entre Dios y los hombres, por medio de su Hijo, que se encarnó y murió en la cruz para nuestra salvación.

Evaluación:

En tus propias palabras: ¿Qué es la Biblia y para qué sirve?

Bibliografía:

BAGOT, J.P. y DUBS J.Cl. “Para leer la Biblia”. Ed. Verbo Divino. Pamplona, 1996.