viernes, noviembre 16, 2007

San Ezequiel Moreno - Héroe de virtudes

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Pobre, pobre

Se puede asegurar, sin temor a equivocarse, que San Ezequiel fue más pobre como obispo que como fraile, y eso que como fraile ya fue bastante pobre. Las siguientes líneas, entresacadas de una carta suya dirigida a una amiga en España, cuando se disponía a viajar a Roma para la visita Ad Limina, hablan por sí solas:

“Es lo regular, sin embargo, que no vaya a España, porque no tengo dinero para ir. Para ir a Roma tomaré dinero de la diócesis, porque para ella es mi viaje: pero la ida a España, como no sería cosa necesaria a la diócesis, no podría, en conciencia, hacer esos gastos, y yo como particular no tengo un céntimo”.

Como si esto fuera poco, en su testamento dejó escritas estas palabras, que toca lo más delicado del corazón:

“Tengo dos hermanitas pobres. No las he socorrido durante mi episcopado en Pasto, porque no he tenido para socorrerlas. Todo lo he dado a los necesitados de aquí, excepto lo gastado en comer y algo de vestido, pues traje suficiente ropa de Bogotá”.

Sin embargo, los que lo conocieron saben que la tal ropa era bien escasa y que siempre andaba con su hábito desgastado.

El don de la vocación


En estas frases, dirigidas a una monja en 1905, da muestras de la profunda comprensión que tenía de la vocación religiosa:

“Comprendo el sacrificio al separarse de la familia; lo que no comprendo es la recompensa de ese sacrificio, por lo grande, sublime y hermosa. Creen algunos que han dado mucho a Dios al abrazar el estado religioso; pero yo siempre he creído que es Dios el que me dio a mí un don inapreciable al llamarme a la Religión”.

Un alma obediente


Cuando el cáncer se hacía insostenible en noviembre de 1905, escribe:

“Me dicen que me marche a Bogotá o a Europa, que aún llego a tiempo para que me operen con éxito probable; pero no apuro, porque no tengo ganas de viaje y porque están rogando por mi salud muchas almas por toda la diócesis. Si después de algunos días el Señor no me cura, me entregaré a lo que decidan tres o cuatro Sacerdotes buenos. Si deciden que me marche, obedeceré”.

El fraile orquesta


Habrá quien piense que por ser un hombre generalmente serio, adusto y severo, era fastidioso o recalcitrante con la Liturgia. Pues no; era más bien sencillo, delicado y servicial. En ello se reflejaba aún más la humildad de su espíritu. El siguiente caso, relatado por él mismo habla de la humildad de su espíritu y de las dificultades que tenía que pasar:

“Tengo muchísimas ocupaciones, porque aquí no tengo el personal que tienen otros obispos para el despacho de los asuntos que ocurren, y todo me lo tengo que hacer solo. Tengo que ser obispo y cura, y misionero, y hasta sacristán en ocasiones”.

Guitarrista y cantor modesto


No todos saben que él cantaba muy bien y también tocaba la guitarra; sin embargo, llegó a avergonzarse de hacerlo de manera indebida, como lo manifiesta, en un exceso de modestia, en la víspera de su operación en Madrid:

“Recuerden lo bueno que hayan visto en mí, y no mis faltas de modestia religiosa cuando tocaba la guitarra y cantaba, cosas ya impropias de un religioso. Dígalo a todos los que me vieron hacer eso”.

El señor de los castigos


Una faceta poco conocida en fray Ezequiel es la de Superior, cargo que ejerció en el convento de Monteagudo durante tres años, antes de viajar a Colombia. La siguiente escena la relata el hermano Luis Sáenz, portero del convento en aquella época:

“Después en el mismo convento de Monteagudo me pusieron al frente de la huerta. Y sucedió que algunos coristas se tomaron, sin permiso, algunas cositas que guardaban los hortelanos. Le di cuenta de ello al padre rector fray Ezequiel Moreno, quien me pregunto: ¿Y dónde están ahora los coristas? En el zarzo, le respondí. Pues, bien, añadió con energía: vaya, y ciérreles la puerta, y, cuando toquen a comer, no les abra”.

Un auténtico martirio


Sus últimos días en Colombia fueron dramáticos por la gravedad del cáncer que lo agobiaba. Él mismo describe la situación así en una carta dirigida al padre Manuel Fernández el 25 de noviembre de 1905:

“Los médicos me declararon sin remedio con llagas malignas palatino-nasales, en las que había que operar, y ellos no tenían medios. Los fieles y clero han rogado mucho, y no sé que querrá de mí Nuestro Jesús: estoy por completo a su disposición divina. La cabeza no me deja escribir”.

El ilustre doctor Compaired, quien lo operó en Madrid, exclamó ante la imperturbable serenidad del enfermo, que soportó largos momentos de la cirugía sin anestesia y que mantenía los ojos clavados en un Crucifijo:

“Esto es muy superior a todas las fuerzas humanas ... Esto es heroísmo santo, heroísmo de mártir y bienaventurado”.