martes, julio 19, 2011

El destierro de la teología - Recensión

En las siguientes líneas presento una breve recensión del siguiente libro, la cual pretende hacer eco de una problemática actual en torno a la teología como disciplina científica, digna de ocupar un sitio de relevancia en el debate cultural contemporáneo. Espero que resulte de interés para alguien en el planeta.

DUQUOC, Christian. El destierro de la teología. Bilbao : Mensajero, 2006.

Situación actual de la teología
La tesis central del ensayo de Duqoc es que “los teólogos han sido condenados al exilio porque, en opinión de la gente, estiman la verdad que defiende su Iglesia más que la libertad, considerada por nuestros contemporáneos como un valor absoluto”[1]. Los teólogos se encuentran, pues, en el dilema entre la fidelidad a la verdad que profesan, la cual está avalada por la autoridad de la Iglesia, y la libertad de cuestionarla con honestidad científica. El autor cree que el destierro de la teología del debate público no es el destino fatal que le espera, sino que hay esperanzas de que mantenga la vitalidad de su pensamiento en un mundo cada vez menos cristiano.

Las causas de esta situación son variadas, pero confluyen en una sola: el cambio de mentalidad del ser humano, jalonado por una serie de factores sociales, culturales, religiosos y científicos. En pocas palabras, cambió el gran paradigma de la humanidad: de una visión teocéntrica del mundo y de la realidad, se pasó a una visión antropocéntrica. Se trata de un giro copernicano que mueve los cimientos del conocimiento y la praxis humana. Cesó el maridaje entre Dios y el hombre; el hombre puede vivir sin Dios, puede autocomprenderse, puede emanciparse del yugo de la fe, se basta con la propia razón.

Esta ‘liberación’ le abrió al ser humano el horizonte de sus posibilidades y dio curso al advenimiento del método científico y el desarrollo desbordado de la técnica. El ámbito del conocimiento quedó reservado a lo verificable empíricamente, a la vez que lo pragmático pasó a ocupar el lugar de lo reflexivo. La política se las arregló para fijar modelos de convivencia social que garantizaran, al menos en teoría, un lugar para todos, más allá de filiaciones religiosas o ideológicas. Dejó de tener relevancia la expresión simbólica, poética y existencial; importa lo que se conceptualiza o instrumentaliza antes que lo que se siente o se vive cotidianamente. En pocas palabras, se impuso la forma grecolatina de pensar la realidad sobre los moldes semitas tan extraños al mundo occidental.

El curso de la historia y el desarrollo de los medios de comunicación y transporte han puesto el mundo al alcance de todos; la globalización ha llegado a usurpar los anhelos de universalidad que las religiones no fueron capaces de concretar; pero una universalidad basada en la libertad y la individualidad, no en la solidaridad y la fraternidad. La historia, por tanto, pierde sentido, porque no hay un proyecto colectivo común. Ello margina de plano al cristianismo porque su propuesta es vista como sectárea y sujeta a intereses corporativistas. Esta marginación conlleva la pérdida de exclusividad en el acceso a la interpretación de la Escritura. Los movimientos de Reforma y la postura reactiva y cerrada de la Iglesia condujeron a la liberación del tesoro de la Revelación, la cual quedó al alcance de todos, muchas veces con interpretaciones sesgadas y hasta amañadas.

Senderos de su supervivencia

Frente a esta situación, Duquoc descubre dos tipos de actitudes en los teólogos modernos: los que se oponen porfiadamente a los cambios operados y se refugian en la nostalgia del contubernio entre fe y razón, y los que aceptan que las cosas no volverán a ser como antes y buscan caminos de inculturación. La línea conservadora encuentra su principal asidero en la propia jerarquía eclesiástica y acude con frecuencia a los argumentos de fidelidad y autoridad. De ahí que se apoye con frecuencia en la tradición, los escritos de los padres y los orígenes del cristianismo; pero también en la relevancia de los doctores del Medioevo.

La línea aperturista ve en el proceso de secularización que experimenta el mundo una oportunidad para la teología; oportunidad de dialogar con las formas de pensamiento moderno y aportarles la actualización necesaria de los contenidos de la Revelación. Es la gran oportunidad de mostrar que la experiencia de fe y su interpretación racional no son datos estáticos y anquilosados, sino fuentes dinámicas de conocimiento y desvelación de los misterios del mundo. Pero también es la oportunidad de nutrirse de los medios científicos modernos para la interpretación de la Biblia y el quehacer teológico.

Por eso Duqoc se detiene a estudiar las teologías críticas y, particularmente la contraposición entre dos tendencias preponderantes: las teologías de la Cruz y las teologías europeas de la libertad. Las primeras, encabezadas por Barth, defienden las implicaciones sociales que se desprende de la experiencia de la Cruz, pero carecen de encarnación concreta. Las segundas, vinculadas a la escuela de Francfort, se vinculan más decididamente con la lucha política y social. No obstante, estos intentos de modernización de la teología, afirma el autor, no han logrado restituirle un lugar de privilegio en el ámbito cultural actual.

Los últimos años han sido testigos de múltiples intentos por acercar la teología al debate público y hacerla relevante tanto en el campo del saber, como en sus implicaciones prácticas. El autor analiza las dos vertientes más sobresalientes antes de arriesgar una posición propia: se trata de la teologías de la liberación latinoamericanas y las teologías feministas. Las primeras tienen su origen en la historia misma del pueblo latinoamericano, que es una historia marcada por el despojo y la violencia. El hombre y la mujer latinoamericana modernos son el resultado de un largo proceso de aculturación y mestizaje, de opresión y empobrecimiento. En este contexto, la teología tiene que construirse desde abajo, desde las comunidades de base, desde la praxis eclesial, desde el compromiso existencial con la realidad que atropella el diario acontecer de los sectores populares.

Por otra parte, las teologías feministas se fundan en la marginación a la que la sociedad occidental sometió a las mujeres, debido a su organización patriarcal. Ellas se sienten relegadas y discriminadas, no tienen acceso a las estructuras de poder y están confinadas a las labores domésticas. También la Iglesia las ha relegado a un segundo plano por la herencia recibida de las tradiciones judías y la cultura bíblica, así como de las estructuras grecorromanas en las que se inculturó en los primeros siglos del cristianismo. Estas teologías han arrojado luces valiosas sobre el verdadero papel de la mujer en el proceso de l evangelización y su condición igualitaria frente al hombre según la predicación de Jesús y de Pablo.

Según Duquoc, una teología que responda a los desafíos de la cultura moderna debe esforzarse por superar la oposición secular entre la fidelidad al dogma y la libertad crítica. Este esfuerzo encuentra su punto de partida en la experiencia de lo cotidiano, es decir, en la valoración de la vivencia contextuada de la fe. También encuentra fuerte apoyo en el diálogo ecuménico e interreligioso que permite a la teología pasar de la controversia estéril a la reflexión e intercambio fecundo de experiencias.

Pero esto no es suficiente. Se requiere garantizar la libertad del teólogo para cuestionar y debatir, sin estar sometido a los intereses de la institución eclesiástica o a la autoridad de la tradición o la filosofía antigua y medieval. De ellas puede y debe beber todo lo que de valioso hay, pero no puede negarse a la crítica objetiva de las mismas ni al recurso a otras fuentes válidas y necesarias. Finalmente, en su empeño la teología debe aceptar las reglas de juego reconocidas en los saberes actuales, las cuales sientan como vínculo común de entendimiento interdisciplinar la fiabilidad de la razón, lo cual no significa renunciar a la mediación de la Escritura y de la fe, sino vehicularlas en una dirección más dialéctica e iluminadora de la cuestión no resuelta de la trascendecia.

Conclusión

La lectura de este ensayo me deja la sensación de que el autor tiene razón en el diagnóstico que hace de la situación actual de la teología, la cual no me parece negativa, sino, al contrario, muy conveniente, pues el resultado de toda crisis es la purificación. La teología, en efecto, necesita independizarse y ser más autocrítica para poder responder a los debates de un mundo pluricultural e ilustrado, pero con sed de espiritualidad. Sin embargo, creo que el autor se queda corto en el planteamiento de su visión de futuro. Se limita a lo descriptivo y deseable, pero no da el salto a propuestas novedosas y audaces. Parece que es víctima de la situación que retrata. Su vinculación al establecimiento eclesiástico y su fidelidad a la ‘recta doctrina’ le impiden ser más audaz. De todas formas, su reflexión es enriquecedora y provocativa.

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[1] P. 10.